PALABRA DIEZ

Quinta Parte del Apéndice

Los ciento veinticuatro mil profetas[1], que según un Hadiz explícito son los elegidos de la humanidad, han unánimemente y de común acuerdo informado, en parte en base a la visión directa y parte en base a la absoluta certeza, que el Más Allá existe y que todos los seres serán llevados al Más Allá tal como el Creador lo ha prometido con firmeza.

De igual modo, los ciento veinticuatro millones de evliyas que confirman los informes de los profetas al develar y ver, al dar testimonio de la existencia del Más Allá en forma de visión certera, y también brindar testimonio de la existencia del Más Allá. Todos los Nombres del Creador Omnisciente del cosmos también necesitan de la existencia de un reino eterno a través de las manifestaciones que ellos muestran en este mundo.

La existencia del Más Allá se necesita además por el infinito Poder Eterno, la Sabiduría Perdurable ilimitada y exacta, que revive cada primavera a los innumerables árboles muertos diseminados por todo el planeta bajo la orden de: كُنْ فَيَكُونُ “¡Se!, y es”, así haciéndolos las manifestaciones de: بَعْثُ بَعْدَ الْمَوْتِ “la resurrección después de la muerte”, y que resucita trescientas mil diferentes especies de los variados grupos de plantas y naciones de animales, como los cientos de miles de muestras de la resurrección suprema.

La existencia del Más Allá se necesita también por la Misericordia Eterna y Gracia Permanente que sostiene de manera maravillosa y solicita todos los seres vivos que necesitan de cuidados, y que muestra cada

[1] Musnad, v.266; Tabrizi, Mishkat al-Masabih, iii, 122; Ibn Qayyim al-Jawzi, Zad al-Ma’ad (tahqiq, al-Arnavut), i, 43-4.

 

primavera, en los períodos más breves, infinitas variedades diferentes de adornos y belleza. Finalmente, hay una prueba obvia y una indicación dada por el amor intenso, inquebrantable y permanente de la eternidad, que anhela la inmortalidad y la esperanza de la permanencia que está alojado en el ser humano, la creación amada del Creador del cosmos, y cuya preocupación por todos los seres del cosmos es la más grande.

Todo lo antedicho está tan firmemente demostrado que después de este mundo habrá un mundo eterno, un Más Allá, un reinado de felicidad, que nos vemos obligados a aceptar la existencia de un Más Allá tan indiscutiblemente, como aceptamos la existencia de este mundo[1].

Una de las lecciones más importantes que nos enseña el Sabio Corán, es entonces la fe en el Más Allá. Esta fe es tan firme y contiene en sí misma una esperanza tan poderosa y un consuelo tal que si una persona fuera atacada por la ancianidad multiplicada por cien mil, el consuelo que deriva de esta fe será completamente suficiente. Al decir: اَلْحَمْدُلِلّٰهِ عَلٰى كَمَالِ اْلاِيمَانِ “Alabado sea Allah por la perfección de la fe”. Nosotros los ancianos deberíamos regocijarnos en la ancianidad.

 

[1] Se desprende de esta comparación qué tan fácil es hacer una afirmación positiva y qué tan difícil es hacer una negación. Si, por ejemplo, alguien dijera: “existe algún lugar en esta tierra un maravilloso jardín que contiene leche enlatada”, y alguien más dijera: “no, no hay”, quien afirma sólo necesita señalar el lugar de ese jardín o mostrar alguno de sus frutos para probar su afirmación. Quien niega, por el contrario, tendrá que inspeccionar y exponer todo el mundo para justificar su negación. Así también el testimonio de dos testigos veraces será suficiente para establecer la existencia del Paraíso, aparte de los cientos de miles de rastros, frutos e indicaciones demostrados por aquellos que afirman su existencia. Aquellos que lo nieguen deben examinar, explorar y pasar por el tamiz el cosmos infinito y el tiempo infinito antes de que puedan probar su negación y demostrar la inexistencia del Paraíso. Entonces, oh, mis hermanos ancianos, comprendan qué firme es la fe en el Más Allá.

Palabra Nueve

Palabra Once

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